La red ferroviaria nació en Cervantes



Fuente: El Progreso

Con la madera de Os Ancares se fabricaron hace más de un siglo buena parte de las travesías de las vías férreas cuando este sector emergía. La materia prima se procesaba en Os Cabaniños y se transportaba por el aire en un grandioso teleférico

De los bosques de Os Ancares salieron hace más de un siglo gran parte de los robles con los que se construyeron las traviesas de las primeras líneas ferroviarias de la Península. El lugar de Os Cabaniños, en la parroquia cervantega de Doiras, fue el lugar escogido por una gran empresa maderera a finales del siglo XIX para instalar un aserradero y procesar la materia prima de la zona.

El desembarco de esta firma, que estaba asociada con un gran banco, fue colosal en el entorno y los vecinos recuerdan la bonanza económica que se vivió durante las décadas que estuvo en funcionamiento. «Case todos os veciños de Cervantes estiveron alí empregados. Moitas rebolas -como se le llama a los robles en la comarca- saíron dos nosos montes para o sector ferroviario», señalan Angelita Rodríguez y Jesús Armesto Rodríguez, un matrimonio de octogenarios de Vilarello cuyos padres trabajaron en la extracción de la madera.

Para transportar la materia prima se montó un grandioso teleférico, de los más grandes del país por aquel entonces, según recuerdan los vecinos. El cableado medía más de once kilómetros en línea recta y recorría el concello desde una punta a otra hasta el límite con O Portelo, en León.

Para su montaje se instalaron una decena de torretas en las que se tensaba el cable por el cual se desplazaba la madera. Actualmente aún se conservan restos de algunas en Fieiró, Chandorto o Aucella.

Dos personas se encargaban de engrasar los engranajes de cada torreta. «Moitas veces había que tensar o cable a man ou coa axuda do gando. O meu pai encargábase deste traballo nunha das construcións que se emprazaba enriba da Lama», precisa José Ramón Rodríguez, un nonagenario natural del concello que actualmente reside en Barcelona.

El hombre recuerda con nostalgia que cuando era un niño aún estaba en funcionamento todo el entramado. «Había uns baldes feitos de cobre ou un material similar no que se levaban as persoas dunha punta do teleférico a outra», señala. Los cervantegos resaltan que ver el funcionamiento de toda esta infraestructura era espectacular. «Daba gusto ver aquilo, foi unha riqueza para a zona. Todo o mundo dicía que chamaba a atención velo», indica Antonio Horbán, cervantego de 102 años. De hecho, el funicular era movido por una gran caldera de vapor que fue trasladada por seis parejas de bueyes hasta la base del aserradero, que se situó en Os Cabaniños.

TRANSFORMACIÓN. La elección del lugar no fue casual, pues las instalaciones se ubicaron en torno al río Ser y se aprovechaba la fuerza hidráulica para mover las toneladas de madera que allí llegaban. «As máquinas para cortar a madeira funcionaban con carbón que se queimaba nuns pozos emprazados na base dalgunhas torretas. Despois facíano chegar ao serradoiro a través do cableado», recuerda Jesús Armesto Rodríguez. Las piezas se ponían a secar en una construcción paralela de hormigón que aprovechaba el calor que desprendía la maquinaria.

La propia firma fue la que también abrió la carretera desde Doiras a Os Cabaniños y se ubicó allí además un economato con todos los servicios para los operarios. «A cantina era a máis popular», precisan los vecinos, que recuerdan que el trabajo en la empresa era muy sacrificado. «Para levar a madeira ata as vagonetas do teleférico había que carretala con carros empuxados por homes e por mulas, e outra veces despeñábana polas ladeiras ata o río», comenta Amelia Rodríguez.

VESTIGIOS PARA EL RECUERDO. La empresa estuvo en funcionamiento hasta las primeras décadas del 1900, momento en el que entró en quiebra el banco al que estaba vinculada y se disolvió la sociedad. Previamente, había menguado notablemente la reserva forestal de Os Ancares. «Sempre se dixo que había moito despilfarro. Xa había un refrán que dicía: «El monte de Os Ancares a muchos vagos mantiene, a unos en las oficinas y a otros en los almacenes»», dicen los vecinos.

Muchos cervantegos guardan en sus casas vestigios de lo que fue una de las mejores épocas económicas del concello. «Cando foi a quebra quedou todo tirado e cada un levou o que puido», dice el matrimonio de Vilarello, mientras señalan una pieza de la caldera que guardan en su vivienda. «O meu pai trouxo este anaco e outro máis grande que vendemos no seu día por 8.000 pesetas», remarcan.

Los más longevos conservan anécdotas de los años de funcionamiento del aserradero. «Todas as semanas os traballadores comían peixe fresco que lles traían da lonxa da Coruña e íano repartindo a través das cestas do funicular», indica un vecino, mientras que otro recuerda que una noche un empleado se quedó pendido del cableado a la altura de Cereixedo. «Deixou de funcionar o dispositivo e alí quedou tirado o pobre home e tivo que durmir no cable», relata.

Hoy, en los montes de Cervantes solo quedan las ruinas de lo que en algún tiempo fue un potente entramado empresarial que ayudó a poner en marcha las principales líneas ferroviarias del país.


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